Un paso más.

Definitivamente era una luz blanca y su degradado completo. Un gran desfile de blancos, algunos más oscuros y otros más claros, cegadores y brillantes. Era adictivo el solo hecho de contemplar tan diversa gama de sensaciones visuales; algunos puntos resaltaban en la escena eran como círculos que caían por el espacio como pequeños crepúsculos de luz a través de un vacío algo verdoso, yo diría que quizás era el color del azufre o algo así, no me asustaba pero se podía sentir claramente la densidad la cual pesaba en mi respiración. A mi lado derecho había una ventanilla como la de un avión, algo oxidada en los bordes, redonda y con un cristal sucio, a través de esta veía una niña que vestía de un perfecto blanco, morena, delgada, con ojos redondos y una mirada profunda y acusadora pero a la vez perturbadora, llevaba algo en las manos pero no pude ver claramente que era.

La escuálida figura se destacaba sobre un fondo oscuro, ella solo observaba en el silencio y profundidad de un segundo entre la vida y muerte, miraba hacia el interior de aquel espacio, el cual era como un cohete, en un momento mis pensamientos quisieron llamarlo ataúd pero soy demasiado miedoso y cohete sonaba algo más amigable.

Después de un momento hubo una pausa, en aquel instante no sabía si era yo el inerte ser o solo un huésped en aquel morboso cuadro y solo pregunte al vacío: ¿en cuánto tiempo? Y sentí una voz que me decía que solo dos días, eso me asusto tremendamente, me daba pavor el solo hecho de pensar en las palabra muerte y todo lo relacionado con el reino del hades, la luz al final del túnel, o la eternidad.

Era demasiado para mí, por suerte la acción volvió en ese momento, esta vez yo miraba el interior del cohete, fue ahí donde la acción se transformó en algo más real y rodeado de sabanas y bañado en un sudor frío y escalofriante la conciencia volvió a su empleo de 15 horas diarias. Mi cuerpo se puso de pie con algo de inseguridad y miedo, a continuación se dirigió directo al baño, fue ahí donde al mirar mi fatídico rostro en aquel espejo me di cuenta que estaba temblando, sentía: miedo, inseguridad, escalofríos y angustia, no sabía qué hacer. Ese mensaje, aviso o presagio marco la mañana del día número uno.

Me apresure a darme una ducha vestirme y comer algo, fue así mientras tomaba el desayuno cuando pensé algo más claras las cosas: todo era un mal sueño con un par de inquietantes mensajes que pretendían mantenerme asustado por tres días los cuales se harían definitivamente eternos gracias a la señora sugestión y al señor superstición. La primera respuesta que di a todo esto fue tratar de vivir con ello, tratar de hacer “Carpe Diem” un lema de vida por un par de días y disfrutar un poco más cada momento. Es una verdad desesperante el hecho de que cuando nacemos firmamos inmediatamente nuestra sentencia de muerte y todos aquellos que nos acompañan en nuestros instantes de: amor, felicidad, odio, etc. Vendrán con nosotros algún día. Tarde o temprano aquel contrato llegaría a su fecha de expiración y solo quedaran los recuerdos de un vivir pleno o sin sentido, eso me tranquilizaba en parte pero la burlona y astuta sonrisa del destino me inquietaba con sus exóticas y surrealistas señales. En algún punto de aquel desayuno me pregunte: ¿para qué hay tipos que se dedican a interpretan los sueños si el que había soñado estaba tan claro?, acaso: ¿significaba algo más? u ¿otro destino?, no lo sé, pero es extraño y en realidad creo que hay cosas que van más allá de nuestra limitada percepción y que no se manifiestan en nuestra simple dimensión de cuatro puntos, creo que lo interesante de todo solo está en dejarse llevar.

El sabor dulzón del café me dio algo de energías, al menos como para salir a caminar, era un día soleado y en dos días más estaría de viaje en un cohete con destino a dios sabe dónde, debía disfrutar ese celeste que jugueteaba con el verde de los árboles y prados de las casas del vecindario. Me sentí vivo, tenía ganas de correr, saltar, amar y soñar despierto, fue una sensación grata así es que decidí dar paso a una caminata que duraría un par de horas.

En el camino de regreso a casa me encontré con Alicia, una amiga que no veía hace un par de años, la abrase fuerte y con mucho cariño, le dije que me sentía vivo y me fui. Aunque parecía un loco no volví la mirada hacia atrás, no quise ver la expresión en su rostro luego de aquel encuentro claramente extraño al menos para ella. Así al llegar a casa había dado muchos saludos, algunos a gente desconocida otros a algunos perros del vecindario y a un par de ancianos al pasar por la plaza, solo quería demostrarle a los demás que me sentía bien y cómodo conmigo mismo en ese instante.

Cuando llegue a casa pensé en hacer una lista, una vez había visto en el cine una película de dos amigos los cuales sabían que morirían en un par de meses y creaban una lista con un sin fin de actividades, algunas estúpidas y extrañas pero divertidas en el fondo, pensé hacerla realmente pero al final decidí que no, creí que mejor era improvisar, así no estaba sujeto a reglas ni puntos que me harían sentir algo incómodo. Quería vivir el presente sin pensar las consecuencias, no tenía nada que perder y aquel sueño se había vuelto en parte mi seguridad: tenía tres días de sensaciones sin límite ni obstáculos, ahora todo estaba un poco más claro.
Lo primero que intente hacer fue ir a un hospital, siempre había querido donar sangre, ayudar a otros en el fondo, creo que nunca lo hice por miedo a una simple aguja o por no tener tiempo, ahora era algo irónico porque tenía solo un par de días para hacer mil cosas y tenía algo de valor y entrega justo al final del camino. Todo era un paso más fácil que en los días anteriores, era extraño.

La enfermera que me sujeto el brazo era gorda y robusta, tenía brazos como los tipos de la lucha libre eso me dio mucha gracia y pensé molestarla o decirle algo ridículo cuando saliera pero no, había llegado ahí con el fin de ayudar a alguien y saldría haciendo lo contrario, no valía así es que solo salí en silencio. Al salir me sentí algo más importante, quizás hasta más experimentado, era un vividor y me sentí capaz de dar consejos, hablar sobre la vida y cosas de ese tipo, como si fuera un anciano sabio el cual ha vivido de todo. Tenía el misticismo pero no la experiencia. Aun habían cosas que debía hacer y solo me quedaban dos días y contando.

Cuando llegue a casa solo me recosté sobre el sofá, aquel mueble que había vivido tantas gracias como yo: mujeres, comida derramada, amistades y el control remoto habían compartido la experiencia, tenía algo de historia igualmente. Creo que en ese momento la nostalgia me toco como un disparo a quemarropa, directo al pecho, allí donde colocas tu mano cuando cantas el himno patrio. Estaba definitivamente sufriendo por ello, porque sabía que venía el fin, no tenía idea de los ángeles o demonios, no entendía el infierno y menos el cielo, pero en ese momento les temí, creo que me quede dormido tratando de meterlos en mi conciencia.


“Shiny Happy People” de R.E.M. sonó en mi radio reloj esa última mañana, me había quedado dormido, eran las tres de la tarde y la puta canción se estaba dando un gran festín con todo esto, la ironía de su letra y burlona melodía me estaba reventando la cabeza y me molestaba demasiado pero no quise enojarme demasiado, quizás sería mi último día de existencia y lo menos que quería en ese instante era pasármela peleando con una estúpida canción. Comí en paz y salí a dar un paseo, a pensar en que pasar este gran día, en qué diablos invertiría un par de horas de sensaciones y emociones. Así se me ocurrió visitar mi ex colegio, quizás ahí la nostalgia seria mayor, llena de recuerdos dibujados y plasmados en aquellos patios, pasillos y salones. Quería respirar algo de buenos momentos aunque estos fueran prestados del pasado. En fin, todo daba igual. Ya no había nada que perder y solo quedaba un poco de luz antes del ocaso, era el momento.

Apresure mis pasos acompañados de una botella de ron y mientras caminaba pensaba en todas las cosas que me quedaban por hacer y eso me empezó a comer por dentro, como aquel árbol en mi casa, el que estaba infectado de bichos los cuales lentamente comían su corteza, sus hojas se ponían un tono más café y no tenía la seguridad de un nuevo fruto. Era realmente desesperante e inquietante.

Al llegar entre por la parte trasera del colegio, infiltrándome diez años en el cofre de los recuerdos, donde solo se prometía un futuro lleno de alegrías y no existía un final. Me senté sobre la muralla a contemplar aquel sitio, fue hermoso. El sol se ocultaba sobre las montañas junto con mis esperanzas y anhelos, quizás lo de ver mi vida en un segundo fue demasiado cliché para ese momento, la verdad es que no recordaba algunas cosas y solo intentaba imaginarme corriendo por ese enorme patio, gritando al mundo que me sentía vivo, sonriendo con una gran emoción, aquella en donde te deslumbras y asombras de todo, donde la inocencia es algo posible.

A veces creo que todo se ve mejor cuando eres un niño, aun cuando eres más bajo de estatura vez un mundo de grandes sueños, personas, sentimientos e historias, un mundo más allá de la imaginación y las sensaciones, donde lo fantástico está en todas partes y las leyendas urbanas contadas por viejos son algo inquietante, donde el descubrir nuevos amigos y la magia de los veranos es todo lo que necesitas para vivir.

Todo eso me produjo un gran dolor y angustia y preferí largarme de ahí antes de que me hiciera más daño. Camino a casa pensé fríamente y pensé en no decaer, al fin de todo aún quedaban un par de horas para que terminase el día y aún estaba vivo. Algo estúpido que se me ocurrió fue que no me quería ir sin antes revivir los encantos, la pasión y el calor de la piel de una mujer, no me iría sin probar una vez más una de las cosas más dulces de la vida. Ese placer innato me invitaba a ser parte de un sensual juego de sentimientos y emociones así es que busque en el diario del día anterior que esta tirado bajo la mesa y llame a una chica, se hacía llamar “Anny“ y acordamos juntarnos en su departamento a las once de esa noche.

La dirección del departamento quedaba en los suburbios de la ciudad, definitivamente sería un paseo agradable, de todas formas llegado este punto todo me daba exactamente igual, el “nothing to lose” lo tenía tatuado en la frente y me abrí paso hasta aquel antro de delincuentes, mafiosos, drogadictos locos y prostitutas como mi amiga.

El edificio era un asco desde la entrada, pero avance directamente como un buen caballo de carreras, directo al final. El número que había garabateado la prostituta era la habitación 24. Al subir por las escaleras la puerta estaba abierta y ella estaba sentada en la cama, era delgada y morena con la piel curtida por el sol, sus ojos se veían cansados y me miraba con atención. La habitación era pequeña y estaba algo sucia, parecía haber estado cerrada desde hace siglos y el ambiente no era más alegre y prometedor que el de la morgue de la ciudad, todo eso marcaba mi final y me mantenía inquieto, pero ya estaba ahí y quería sentirme vivió por un segundo más, Anny me tomo de la mano y me arrastro hasta el fondo de la habitación cerrando la puerta tras mis pasos, dando paso a nuestro paradójico ritual de vida y muerte. Era el momento.

No recordaba mucho de lo pasado, tenía una resaca que me estaba matando y los escuálidos rayos de sol que se colaban por las persianas me segaron un momento. Había amanecido, era un nuevo día y no estaba muerto. Fue algo extraño, no me sentí agradecido de vivir ni con más energías que el día anterior, solo quería dormir un poco más pero mi acompañante no estaba en la cama y quise buscarla. Abrí la puerta del baño y nada, pero no me importo ya que todo se detuvo en ese instante, donde los recuerdos y presagios de las cosas que vendrían se manifestaron con toda autoridad. Había oído alguna vez el cuento de un tipo que contrato una prostituta, a la mañana siguiente esta no estaba y solo permanecía en el espejo del baño aquel mensaje con labial rojo que decía: “Bienvenido a mi Mundo” firmaba “Mr. Sida”. Era solo un estúpido relato contado por padres puritanos a sus inquietos hijos adolescentes, pasado de generación en generación, pero para mí fue más que eso, esta vez solo estaba mi imagen pálida y sin aliento frente a un espejo que contaba mi destino.

No supe que hacer ni que decir, solo pensé en que mi futuro estaba hecho y yo había colaborado para ello, todo me dio vueltas y nada importo, me sentía solo, con frío y triste. Al final de todo decidí realmente mi propio final.

No sería rápido, serian años de vivir la angustia de una muerte lenta y dolorosa. Creo que en ese momento tuve las pelotas que me faltaron siempre, con lágrimas en los ojos tome el labial que estaba sobre el lavamanos, tome mi corbata y la até sobre el fierro que sujeta la cortina de la bañera. Aun aturdido por todo aquello puse sin mirar a tras mi delgado cuello a ser juzgado.


Al día siguiente la policía irrumpió en aquel antro de sucios placeres y vicios, avisados por la prostituta quien había regresado una hora después a reírse de una estúpida broma, la cual termino con aquella triste y sórdida escena en donde el cuerpo de un iluso joven yacía colgado de la bañera con un lápiz labial en la mano, un espejo con la frase “Bienvenido a mi mundo. El Sida.” Y en el pecho desnudo y pálido del mismo joven, susurraba la respuesta: “No, Bienvenido al mío”. No era el momento.



Verdad o Consecuencias.

Llevaba dos semanas en las que la monotonía de mí existir diario eran 3 cosas: comer, dormir y pasar horas frente a la computadora, esta última actividad se había transformado en mi ventana y salida al mundo. Por aquel entonces para alguien “x “como yo, no existían grandes amistades, novia ni un entorno social aceptable como para pasar los eternos días de verano. Todo se había transformado en un vivir por inercia, daba igual el mañana y exactamente lo mismo el presente, en fin, la vida era algo agotadora.

Uno de aquellos día, llegadas las 12 pm. me despertó el olor de la comida de que preparaba mi madre, era algo tarde y estaba envuelto en transpiración, hacía un calor insoportable. La cabeza me dio vueltas y todo esto me dio nauseas: el olor de las sabanas, los más de 25 grados que hacían a esa hora, un singular dolor de espalda (supongo que por hacer tanto ejercicio), el olor de la comida y los gritos de mis hermanos peleando por ver la televisión; todo ese mal estar me dio ganas de hacer algo diferente, en realidad me “auto di asco”, me sentí mal y me molesto.

Esa tarde quise salir, hacer algo por mi existencia, no sé, tener algo de vida por ultimo; entonces me junte con unos tipos que conocía y decidido a hacer algo provechoso o más digno que pasarse el día entero junto a la computadora y salimos a beber algo, acordamos juntarnos en un nuevo bar que se había inaugurado hace un par de días en la ciudad, se llamaba “verdad o consecuencias”, el nombre me era interesante y me llamaba la atención, siempre escuchando nombres bohemios, siglas y simplones títulos que me dieron ganas de conocer algo diferente.

Al llegar al lugar, me recorrió todo el cuerpo una sensación extraña, la noche fría, el letrero de neón gastado y ese título que ahora me parecía burlón y extraño, como indicando las crónicas de cosas que vendrían, me perturbaba en cierta forma, pero el gusto al alcohol pudo más esa noche. Entramos directo hacia el fondo del local, era pequeño, con mesitas rusticas de madera, se escuchaba una leve música algo psicodélica obviamente de los 70 o algo así. Había un grupo de tipos sentados en una esquina y una pareja en la entrada y la mesera que nos atendió tenia cara de prostituta, con ojos cansados y una voz casi inaudible. En resumen el cuadro era pintoresco y la llegada de mi vodka y ron para los muchachos me tranquilizó un buen rato.

Pasadas las 3 am. Salimos con la intención de encontrar un taxi que llevara nuestros alcoholizados cuerpos a “hogar dulce hogar”, lo malo es que estábamos tan borrachos que no alcanzábamos a darnos cuenta cuando pasaba alguno, era ridículo: 3 tipos semi-conscientes abrazados, jugando al “¿somos o no somos amigos?”. Definitivamente era algo sórdido y pretendía no ser recordado.

Así es que mejor decidimos caminar a casa, llevábamos a pie unas 4 cuadras de aquel antro cuando uno de estos tipos, Alex, el más estúpido de la camada se le ocurre hacer un par de jugarretas de borrachos, el muy inteligente se recordó que uno de nosotros no había terminado de beber su trago y debía pagar una penitencia por aquel sacrilegio. Como el no recordaba bien quien era hecho una moneda al aire, en eso salió cara y significaba que yo debía ser el monigote de dos borrachos por un rato. Santiago, el otro tipo, indico una casa y a Alex se le ocurre la brillante de que yo entrara en la casa de “madame loca”. La anciana en cuestión era toda una leyenda urbana, la típica vieja solterona y loca, que vivía entre innumerables gatos, recuerdos añejos, fotografías de tiempos pasados, tejidos y cuanta basura se les podía ocurrir. Ella nunca salía a la calle y vestía como si el calendario se hubiera detenido a principios de siglo, con vestidos largos y apolillados y un singular pañuelo rojo en el cuello que por nada del mundo se sacaba; al menos yo de niño nunca la ví sin dicho harapo.

A simple vista el truco era fácil, entrar por una ventana o alguna puerta trasera y darle un buen susto a la vieja. En parte me gusto y sonaba algo divertido, la puta anciana se daría el susto de su vida, yo pagaría la penitencia y todos seriamos felices, hasta la anciana tendría algo de compañía por unos minutos (¿esa era una buena acción o no?).

Al acercarme a la casona me sentí extraño nuevamente, como si el presagio que anunciaba aquel letrero volviese a mis pensamientos, ese neón brillante y ese título que me seducía con su desconocido destino, me sentí confuso por un rato pero los gritos de los dos imbéciles que me alentaban a entrar por la ventana me trajeron de nuevo a la pequeña aventura que me daría aquella noche.

Una de las ventanas de la vieja casona estaba algo abierta, algo extraño para una anciana desconfiada, paranoica y algo loca pero no pensé objetivamente y entre sin medir consecuencias. Estando dentro pude apreciar donde diablos estaba, era el baño de la casona. La habitación era horrible a simple vista: un cuarto inmenso, de cerámicos perfectamente blancos, con un lavamanos a mi derecha y a la izquierda la bañera cubierta con cortinas igualmente blancas y en frente un pequeño espejo colgado a la pared que estaba roto. Era aterrador, todas esas películas de suspenso y terror psicológico pasaron por mi mente en ese instante, pareciera como que de aquel lavamanos iba a salir sangren en vez de agua o dentro de la bañera habría un cadáver, fue espeluznante en verdad.

Rápidamente me acerque a la puerta para pasar de habitación pero al abrirla uno de los gatos de la vieja loca entro al baño y casi me mata del susto, creo que parte de la borrachera de esa noche se fue con ese susto. El gato de color negro con ojos amarillos redondos tenía una expresión agresiva y sugerente, llevaba en el hocico un pañuelo rojo como el que usaba la vieja en el cuello, se lo intente quitar pero salto por la ventana por donde entre y lo único que pensé en cuanto salto era en que les cayera encima al par de idiotas que esperaba afuera, los cuales me habían involucrado en todo esto.

Cuando abrí la puerta y salió el gato, esta quedo semi-abierta, no quise abrirla más y solo mire la habitación contigua, creo que tenía mucho miedo de encontrarme con más gatos y solo contemple el cuadro en el que se dibujaba un salón el cual estaba desordenado por completo: platos rotos en el suelo, cortinas apolilladas a medio cerrar y un gran reloj justo en frente, a un par de metros desde donde yo miraba el cual estaba totalmente detenido, creo que era de madera y marcaba justamente las 12 en punto; trate de abrir un poco más la puerta y fue ahí donde sentí un olor realmente repulsivo, asqueroso e inmundo. Apestaba a podrido en ese lugar, era como el olor que la parka juzgando a un alma penitente había dejado, fue ahí donde supuse que la anciana loca ya era un fiambre, eso me produjo un escalofrío horrible ya que todo lo que anteriormente había visto en esa casa lo indicaba: el pañuelo rojo que el gato llevaba en el hocico y la ventana extrañamente abierta, todo ello llevaba a una macabra escena más delante de la vista de mis ojos y era algo que definitivamente no quería presenciar y daba paso a mi retirada fugas de esa vieja casa. Salí inmediatamente sin mirar atrás, llegue a la ventana e hice mi movimiento, como aquel gato salte ágilmente dejando atrás parte de la borrachera y emprendiendo una carrera endemoniada por las calles restantes a mi casa. Los otros dos tipos con los que andaba no estaban, los desgraciados se habían largado hace varios sustos atrás y me habían dejado solo ante tal horrorosa historia. Volví a mi casa corriendo, asustado, con taquicardia y algo enfermo, lo único que me devolvió a mi tranquilo mundo de computadoras y vagancia fue el suave abrazo de las sabanas.



Era otro ciclo: de nuevo el olor de los brebajes de mi madre, los griteríos de los mal criados por toda la casa, el olor a vomito en mi almohada fruto del festín de la noche anterior, el calor de otro de esos días de verano y todo lo demás pero no fue ello lo que me trajo a conciencia nuevamente, ahora lo que me despertaba eran las noticias del medio día y la voz quisquillosa del relator que contaba con cierta indiferencia el incendio que se había iniciado temprano por la mañana a tres casas de la vieja casona donde había irrumpido anoche. Según el informe preliminar, en una estación de gas había comenzado el fuego el cual se propago a toda la manzana pero solo cuatro casas se quemaron en su totalidad, paradójicamente una de ellas era la de la anciana, eso me dejo pensativo por unos minutos ya que la policía decía que la anciana había muerto producto del incendio, cosa que el maldito gato negro y yo sabíamos que no era del todo cierto. Fue extraño, en realidad me daba igual si la anciana ya estaría muerta antes de convertirse en cenizas o no pero obviamente este fue el tapete que cubrió toda evidencia y me dejaba una sensación de tranquilidad, pero a la vez me sentí algo responsable por no haber hablado con nadie, ni haber informado a la policía de aquel hecho.

Creo que nunca nadie sabrá que sucedió realmente con la gatúbela anciana esa noche, pero creo que al menos puedo vivir con ello, la inercia es cíclica y todo eso aun cuando el sarcasmo e ironía en el maullido de aquel gato ciega mis sueños por las noches.